“En
el año 81 empezamos con esta
tradición. No concibo la
idea de que llegue el
viernes y no compartir con
los muchachos una noche de
risas, anécdotas y charlas”,
cuenta Mario Bujarchuk.
Todo
grupo tiene un comienzo y el
caso de estos amigos no fue
diferente. Para ellos la
historia arrancó con un
juego de bochas en el club
del barrio. “A medida que
fuimos sumando más gente,
nos cambiamos a unos
galpones que armamos y ahora
lo hacemos en la casa de
Alberto, que tiene un
espacio muy bueno con
parrilla”, comenta Roque.
Desde el
inicio los integrantes han
ido cambiando por diferentes
razones, pero siempre buscan
mantener un número estable
de gente que participa. “Del
‘ 81 quedamos sólo tres,
pero de todas maneras cuando
dejaba de venir alguien, se
proponía traer un amigo para
que se sume y así fuimos
renovando el grupo”, explica
el “Bocha” Chiora. Y añade:
“Igual no se puede traer a
cualquiera. Primero se
presenta en sociedad”. La
organización es parte
fundamental del éxito de
cada viernes. “Tenemos
grupos que se encargan de la
comida y otros de la
limpieza. Llevamos las
cuentas en un acta para
tenerlo como archivo”,
afirma Pablo.
“No se
habla de fútbol, política,
religión, ni mujeres”,
afirma Daniel Chiora,
hermano del “Bocha” mientras
hace el asado. “Decidimos
que esos temas no hay que
tocarlos porque acá venimos
a disfrutar y el fanatismo
que generan esas charlas nos
desvían del objetivo”, dice.
Anécdotas
hay muchas, pero los gritos
son para Rubén, quien se
dispone a contar una: “Un
día veo entrar un pichón de
liebre a mi casa, lo agarré
y lo guarde para la cena del
viernes con los chicos.
Después de un rato, un
vecino pasa y me pregunta si
lo había visto, me pidió
pasar al jardín para
buscarlo. Por suerte no
quiso ir al baño porque ahí
lo tenía colgado”, dice, y
estallan las risas.
“Los
viernes son un cable a
tierra, no lo cambiamos por
nada. De hecho cumpleaños y
celebraciones son todas acá.
Nuestras familias saben que
nunca tienen que armar algo
para ese día”, expresan.