Por qué se produce la violencia escolar y cómo
prevenirla
María José Díaz-Aguado * |
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SÍNTESIS:
En este artículo se analizan, desde una perspectiva
ecológica, las condiciones de riesgo y de protección de
la violencia escolar, prestando una especial atención a
la serie de estudios que la autora ha dirigido sobre
este tema con adolescentes. Por otra parte, los
resultados que reflejan la especial relevancia que el
modelo dominio-sumisión tiene en los agresores, el
aislamiento que caracteriza a la situación de las
víctimas, así como tres condiciones de riesgo
estrechamente asociadas con el currículum oculto de la
escuela tradicional respecto a la violencia: la
tendencia a minimizarla, su pasividad, y la ausencia de
un tratamiento adecuado respecto a la diversidad
existente en el alumnado. A partir de ellos se propone
desarrollar la prevención a través de innovaciones que
ayuden a redefinir la función del profesorado y su
disponibilidad para ayudar, el papel del alumno, las
relaciones que se establecen entre compañeros mediante
el aprendizaje cooperativo y del currículum de la
no-violencia, y la antítesis del modelo de
dominio-sumisión en el que se basa la violencia. Las
respuestas obtenidas en un programa evaluado con 783
adolescentes confirman la eficacia y la viabilidad de
dichos componentes en la prevención de la violencia
entre iguales, así como en la mejora de las relaciones
con el profesorado y en las propias del aprendizaje.
Por
qué se produce la violencia escolar
Condiciones de riesgo y de protección desde un enfoque
ecológico-evolutivo
Para
prevenir la violencia escolar conviene tener en cuenta
que las condiciones de riesgo y de protección que sobre
ella influyen son múltiples y complejas. Además, que es
preciso analizarlas desde una perspectiva evolutiva y a
distintos niveles, incluyendo, junto a la interacción
que el alumnado establece en la escuela, la que existe
en la familia, la calidad de la colaboración entre ambos
contextos, la influencia de los medios de comunicación,
o el conjunto de creencias, de valores y de estructuras
de la sociedad de la que forman parte. Cuando se analiza
cada caso de violencia escolar desde esta perspectiva,
suelen encontrarse incontables clases de riesgo y
escasas o nulas condiciones protectoras en cada nivel y
desde edades tempranas. Entre las categorías de riesgo
detectadas en los estudios científicos, y que suelen
verse reflejadas en la mayoría de los casos de violencia
escolar, cabe destacar: la exclusión social o el
sentimiento de exclusión, la ausencia de límites, la
exposición a la violencia a través de los medios de
comunicación, la integración en bandas identificadas con
la violencia, la facilidad para disponer de armas, y la
justificación de la violencia en la sociedad en la que
dichas circunstancias se producen. Y faltan condiciones
que hubieran podido proteger de tales riesgos, como
modelos sociales positivos y solidarios, colaboración
entre la familia y la escuela, contextos de ocio y de
grupos de pertenencia constructivos, o adultos
disponibles y dispuestos a ayudar. Para mejorar la
convivencia escolar y para prevenir la violencia, se
debería intervenir lo antes posible (sin esperar a las
graves manifestaciones que suelen alertar sobre dicha
necesidad) y en todos estos niveles, desde una doble
perspectiva:
-
La perspectiva evolutiva,
analizando las condiciones de riesgo y de protección
que pueden existir en cada momento evolutivo, en
función de las tareas y de las habilidades vitales
básicas. La comprensión de dichas tareas es de gran
utilidad para adecuar la intervención a cada edad,
ayudando a desarrollar las habilidades críticas de
ese período, reforzando los logros conseguidos y
compensando las deficiencias que se hayan podido
producir en edades anteriores. Debido a esto, se
propone que la prevención debe fortalecer cuatro
capacidades fundamentales que permitan al alumno/a:
establecer vínculos de calidad en diversos
contextos; ser eficaz en situaciones de
estudio-trabajo, movilizando la energía y el
esfuerzo precisos para ello, y obteniendo el
reconocimiento social necesario; integrarse en
grupos de iguales constructivos, resistiendo
presiones inadecuadas; y desarrollar una identidad
propia y diferenciada que le ayude a encontrar su
lugar en el mundo y le permita apropiarse de su
futuro.
-
La perspectiva ecológica,
que trata de las condiciones de riesgo y de
protección en los complejos niveles de la
interacción individuo-ambiente, a partir de la cual
se pueda diseñar la prevención con actividades
destinadas a optimizar tanto el ambiente como la
representación que de él y de sus posibilidades
tiene el alumnado, incluyendo los escenarios en los
que transcurre su vida (escolar, familiar, de
ocio...), las conexiones entre dichos escenarios,
los medios de comunicación, y el conjunto de las
creencias y de las estructuras de la sociedad.
El
acoso entre iguales
En la
última década se ha incrementado mucho la toma de
conciencia respecto a un problema que es tan viejo y
generalizado como la propia escuela tradicional: el
acoso entre iguales. Los resultados obtenidos en los
estudios científicos realizados sobre su incidencia
reflejan que, a lo largo de su vida en la escuela, todos
los estudiantes parecen haber tenido contacto con la
violencia entre iguales, ya sea como víctimas, ya sea
como agresores, ya sea como espectadores, siendo esta
última la situación más frecuente.
Características de los agresores. El modelo
dominio-sumisión como origen de la violencia
Entre las
características más frecuentes observadas en los alumnos
que acosan a sus compañeros, destacan las siguientes (Olweus,
1993 Pellegrini, Bartini y Brooks, 1999; Salmivalli y
otros, 1996; Schwartz, Dodge, Pettit y Bates, 1997): una
situación social negativa, aunque cuentan con algunos
amigos que les siguen en su conducta violenta; una
acentuada tendencia a abusar de su fuerza (suelen ser
físicamente más fornidos que los demás); son impulsivos,
con escasas habilidades sociales, con baja tolerancia a
la frustración, y con dificultad para cumplir normas;
unas relaciones negativas con relación a los adultos y
un bajo rendimiento, problemas que se incrementan con la
edad; no son muy autocríticos, por lo que cabe
considerar el hecho observado en varias investigaciones
al intentar evaluar la autoestima de los agresores y
encontrarla media o incluso alta. Entre los principales
antecedentes familiares, suelen destacarse: la ausencia
de una relación afectiva cálida y segura por parte de
los padres, sobre todo de la madre, que manifiesta
actitudes negativas o escasa disponibilidad para atender
al niño; y fuertes dificultades para enseñar a respetar
límites, combinando la permisividad ante conductas
antisociales con el frecuente empleo de métodos
autoritarios y coercitivos, utilizando en muchos casos
el castigo corporal.
En el
estudio que realizamos con adolescentes (Díaz-Aguado,
Martínez Arias y Martín Seoane, 2004) se refleja, así
mismo, que los agresores tienen menor disponibilidad de
estrategias no violentas para la resolución de
conflictos, detectando, por otra parte, las siguientes
carencias en torno a las cuales convendría también
orientar la prevención de este problema:
-
Están de acuerdo con las creencias que llevan a
justificar la violencia y la intolerancia en
distintos tipos de relaciones, incluidas las que se
producen entre pares, manifestándose igualmente como
más racistas, xenófobos y sexistas, es decir, que
tienden a identificarse con un modelo social basado
en el dominio de los unos y en la sumisión de los
otros.
-
Tienen dificultades para colocarse en el lugar de
los demás. Su razonamiento moral es primitivo si se
compara con el de sus compañeros, siendo más
frecuente entre los agresores la identificación de
la justicia con «hacer a los demás lo que te hacen a
ti o con lo que crees que te hacen», orientación que
puede explicar su tendencia a vengar ofensas reales
o supuestas. Y comulgan con una serie de conceptos
relacionados con el acoso escolar, como los de
chivato y cobarde, que utilizan para
justificarlo y para mantener la conspiración de
silencio que lo perpetúa.
-
Están menos satisfechos que sus compañeros con su
aprendizaje escolar y con las relaciones que
establecen con los profesores. En ese sentido,
parece existir una estrecha relación entre la
tendencia a acosar a los condiscípulos y la de
hacerlo con el profesorado, y entre ambos problemas
y la percepción de haber sufrido tal tipo de
situaciones en la relación con los profesores
(Mendoza, 2005).
-
Son
considerados por sus compañeros como intolerantes y
arrogantes, pero al mismo tiempo se sienten
fracasados. El conjunto de características en las
que destacan sugiere que cuentan con iguales que les
siguen en sus agresiones, formando grupos con
disposición a la violencia, en los que se
integrarían individuos que no han tenido muchas
oportunidades de protagonismo positivo en el sistema
escolar.
-
Su
frecuencia es mayor en la adolescencia temprana
(13-15 años), en los cursos de educación secundaria
obligatoria, en los que se experimenta una mayor
dependencia del grupo de compañeros, en aquellos que
suelen resultar más difíciles para el profesorado de
secundaria en el contexto evaluado en este estudio
[Díaz-Aguado (dir.), 2004].
Los
resultados expuestos ponen de manifiesto la importancia
que tiene erradicar situaciones de exclusión desde las
primeras etapas educativas, y favorecer la
identificación de los adolescentes con los valores de
respeto mutuo, de empatía y de no violencia para
prevenir el acoso entre escolares.
La
situación de las víctimas
Entre los
estudiantes que son víctimas de acoso suelen
diferenciarse dos situaciones (Díaz-Aguado, Martínez
Arias y Martín Seoane, 2004; Olweus, 1993; Pellegrini,
Bartini y Brooks, 1999; Salmivalli y otros, 1996;
Schwartz, Dodge, Pettit y Bates, 1997; Smith y otros,
2004):
-
La víctima típica, o víctima pasiva,
que se caracteriza por una situación social de
aislamiento, en relación con la cual cabe considerar
su escasa asertividad y su dificultad de
comunicación; una conducta muy pasiva; miedo ante la
violencia y manifestación de vulnerabilidad (de no
poder defenderse ante la intimidación); acusada
ansiedad, inseguridad y baja autoestima,
características que cabe relacionar con la tendencia
observada en algunas investigaciones en las víctimas
pasivas acerca de culpabilizarse ellas mismas de su
situación y hasta de negarla, debido quizás a que la
consideran como más vergonzosa de lo que lo hacen
con la suya los agresores (que a veces parecen estar
orgullosos de serlo).
-
La victima activa,
que se caracteriza por una situación social de
aislamiento y de aguda impopularidad, llegando a
encontrarse entre los alumnos con mayor rechazo por
parte sus compañeros (superior al que tienen los
agresores y las víctimas pasivas), situación que
podría estar en el origen de su selección como
víctimas, aunque, como en el caso de las anteriores,
también podría agravarse con la victimización; una
tendencia excesiva e impulsiva a actuar, a
intervenir sin llegar a poder elegir la conducta que
puede resultar más adecuada a cada situación; con
problemas de concentración (llegando incluso, en
algunos casos, a la hiperactividad), y con cierta
disponibilidad a reaccionar mediante conductas
agresivas e irritantes. Dichas características han
hecho que, en ocasiones, este tipo de víctimas sea
considerada como «provocadora», asociación que
convendría evitar para prevenir la frecuente
tendencia a culpar a la víctima que suele existir
respecto a cualquier tipo de violencia, también en
la escolar. La situación de las víctimas activas es
la que parece tener un peor pronóstico a largo
plazo.
Una
significación especial respecto a la prevención de la
victimización tienen los resultados obtenidos en algunos
estudios (aunque poco mencionados en el conjunto de la
investigación), según los cuales el riesgo de ser
víctima de acoso se incrementa por el hecho de
pertenecer a una minoría étnica en situación de
desventaja (Díaz-Aguado, 1992; Troyna y Hatcher, 1992);
por presentar dificultades de aprendizaje en
aulas ordinarias (Nabuzoka y Smith, 1993); por
manifestar complicaciones de expresión verbal
(Hugh-Jones y Smith (1999); o por la que puede existir
entre los chicos que contrarían el estereotipo sexista
tradicional (Rivers, 1999; Young y Sweeting, 2004).
¿Cómo
interpretar los resultados obtenidos sobre las
características de las víctimas? ¿Pueden ser
considerados como meros problemas individuales, y, por
tanto, superables a través del entrenamiento de las
víctimas en habilidades para salir de dicha situación? o
¿exigen ser reconocidos también como problemas de un
sistema escolar en el que pueden reproducirse los
distintos tipos de exclusión y de acoso (racista,
sexista...) que tienen lugar en el conjunto de la
sociedad? La respuesta que se dé a estos interrogantes
tiene una gran importancia, porque de ella dependerá la
eficacia de las intervenciones que se lleven a cabo, así
como la posibilidad de contribuir a contrarrestar la
frecuente tendencia que se produce en todo tipo de
violencia (incluida la escolar) a justificar el acoso
culpabilizando a la víctima, que suele activarse no sólo
en los agresores sino también en las propias víctimas y
en las personas de su entorno. Tal tendencia está muy
relacionada con la necesidad de creer que el mundo es
justo (Lerner, 1980), y con la de confiar en
que los graves acontecimientos que observamos a nuestro
alrededor no nos sucederán. Para no contribuir a dicha
tendencia, y sí a la de su superación, es preciso cuidar
de forma especial las descripciones psicológicas acerca
de la situación de la víctima, enfatizando los cambios
que es necesario llevar a cabo en la escuela para
prevenir la violencia, evitando describir las
características individuales que incrementen el riesgo
con términos que puedan activar la tendencia a culpar a
la víctima.
El
papel de los compañeros frente a la exclusión y al acoso
El
estudio del papel de los compañeros que no participan
directamente en el acoso está creciendo de forma
importante en los últimos años (Cowie, 2000; Pellegrini,
Bartini y Brooks, 1999; Salmivalli y otros, 1996; 1998),
al observarse que suelen estar presentes en la mayoría
de las situaciones en las que se produce. Como reflejo
de la importancia que tiene su papel, cabe destacar uno
de los resultados que, de manera sistemática, se repite
en los estudios sobre el perfil de las víctimas y de los
agresores, en los que se observa que las primeras suelen
estar muy aisladas, sin amigos, y ser bastante
impopulares, sufriendo ambos problemas en mayor medida
que los agresores, sobre todo entre las víctimas
activas. Para explicarlo conviene tener en cuenta que la
falta de amigos puede originar el inicio de la
victimización, y que ésta puede hacer que disminuya aún
más la popularidad de quien la sufre y de que aumente su
aislamiento (Baker, 1998; Cowie, 2000; Pellegrini y
otros., 1999; Salmivalli y otros, 1996; Smith y otros.,
2004). Por otra parte, también se ha observado que tener
amigos y caer bien son circunstancias que protegen
contra la víctimización, aunque el carácter
protector de los amigos es casi nulo si proceden del
grupo de víctimas, debido tal vez a su debilidad a la
hora de intervenir. De ahí se desprende que, para
prevenir la violencia, es necesario intervenir con el
conjunto de la clase, favoreciendo el tipo de relaciones
entre compañeros que inhiba su aparición (Salmivalli,
1999).
Características de la escuela tradicional que
incrementan el riesgo: incoherencia y currículum oculto
respecto a la violencia
El
conjunto de resultados obtenidos sobre el acoso entre
iguales, refleja que determinadas características de la
escuela tradicional contribuyen a dicho problema y
dificultan su superación, como son:
La
tendencia a minimizar la gravedad de las agresiones
entre iguales, considerándolas como inevitables
sobre todo entre los chicos, o como problemas que ellos
deben aprender a resolver sin que los adultos
intervengan, para hacerse más fuertes, para «curtirse».
Como reflejo de su extensión actual, cabe destacar que,
en nuestro estudio (Díaz-Aguado, Martínez Arias y Martín
Seoane, 2004), el 37,6% de los adolescentes evaluados
manifestó su aceptación de la creencia de que «Si
no devuelves los golpes que recibes, los demás pensarán
que eres un cobarde», muy de acuerdo con una de las
frases que con cierta frecuencia siguen transmitiendo
los adultos a los niños: «Si te pegan, pega», en la que
se refleja que la incoherencia escolar respecto a esta
violencia expresa otra incoherencia existente aún más
amplia en el resto de la sociedad en relación con dicho
problema.
-
El tratamiento tradicionalmente dado a la
diversidad, actuando como si no existiera.
En función de esto puede explicarse que el hecho de
estar en minoría, de ser percibido como diferente,
de tener un problema, o de destacar por una cualidad
envidiada, incremente la probabilidad de ser elegido
como víctima de acoso (a través de motes, de
aislamiento...).
-
Insuficiencia de la respuesta que la escuela
tradicional suele dar cuando se produce la violencia
entre escolares,
que deja a las víctimas sin la ayuda que
necesitarían para salir de la situación, y que suele
ser interpretada por los agresores como un apoyo
implícito. Esa falta de respuesta está relacionada
con la forma tradicional de definir el papel del
profesorado, sobre todo en el nivel de la educación
secundaria, orientado de forma casi exclusiva a
impartir una determinada materia.
En
relación con la falta de respuesta de la escuela
tradicional respecto a la violencia, cabe interpretar el
resultado obtenido en nuestra investigación
(Díaz-Aguado, Martínez Arias y Martín Seoane, 2004),
según el cual el 34,6% de los adolescentes evaluados
declaró que nunca pediría ayuda al profesorado si
sufriera acoso de parte de sus compañeros, aludiendo,
para justificarlo, que «los profesores de secundaria
están para enseñarte, no para resolver tus problemas»,
aunque matizan que «sí pedirían ayuda a un profesor que
diera confianza». Tales respuestas reflejan la necesidad
de adaptar el papel del profesorado a la nueva situación
para incrementar su eficacia educativa, así como para la
ayuda que puedan proporcionar en la prevención de la
violencia. Aunque cada día es mayor la disponibilidad
del profesorado para acabar con los problemas expuestos,
y aunque ello debería contribuir a erradicar la
violencia escolar, no siempre sucede así, debido a la
dificultad que supone cambiar pautas muy arraigadas en
dicha institución, para cuya superación es preciso dotar
al profesorado de los medios que lo hagan posible.
Exclusión escolar y violencia
Existen
muy pocas investigaciones que relacionen la violencia
entre escolares con los procesos de discriminación y de
exclusión en la interacción profesor-alumno, tema que
comienza a ser conceptualizado como condición de riesgo
en los últimos años. Este cambio en su representación
puede ayudar a comprender su posible influencia en el
maltrato entre escolares, al incrementar situaciones de
riesgo (aislamiento, modelo y justificación para el
maltrato, deterioro del clima del aula, división del
grupo de clase en subgrupos enfrentados, elevado nivel
de estrés...), y reducir las condiciones de protección
contra la violencia (adultos a los que acudir, contextos
y modelos para la resolución pacífica de los conflictos,
normas coherentes y contrarias a todo tipo de
violencia...).
Como
reflejo de la influencia que sobre todo tipo de
violencia pueden tener las experiencias de exclusión
vividas en la escuela, cabe considerar los resultados
obtenidos desde los primeros estudios longitudinales
realizados sobre este tema, en los que se ha observado
que los individuos que llevaron a cabo acciones
antisociales graves en la juventud y en la edad adulta,
se diferenciaban desde los 8 años de sus compañeros por
las siguientes razones: ser rechazados por sus
compañeros de clase; llevarse mal con sus profesores;
manifestar hostilidad hacia diversas figuras de
autoridad; expresar baja autoestima; tener dificultades
para concentrarse, para planificar y para terminar sus
tareas; falta de identificación con el sistema escolar;
y abandonar prematuramente la escuela (Glueck y Glueck,
1960; Coleman, 1982; Conger y otros, 1965).
Los
resultados obtenidos en nuestras investigaciones con
estudiantes de secundaria sugieren también que la
exclusión social puede estar en el origen de su
identificación con la violencia [Díaz-Aguado, (dir.),
1996]. En este sentido, una de las evidencias más
significativas procede del estudio comparativo realizado
para elaborar los Programas de educación para la
tolerancia y prevención de la violencia en los jóvenes,
llevado a cabo con 601 chicos entre 14 y 20 años de
centros de secundaria de Madrid, en el que observamos
que los que se identificaban con dicho problema (la
violencia) se diferenciaban del resto de sus compañeros
y compañeras de clase por razonar sobre situaciones de
conflicto entre derechos de forma más primitiva (con
mayor absolutismo e individualidad); por justificar la
violencia y utilizarla con más frecuencia; por llevarse
mal con los profesores; por ser rechazados por los demás
de la clase, y por ser percibidos como agresivos, con
fuerte necesidad de protagonismo, inmaduros, antipáticos
y con problemas para comprender la debilidad de los
demás. Este perfil refleja como posibles causas de la
violencia la dificultad para sentirse aceptados y
reconocidos por la escuela y por el sistema social en el
que se incluyen. Tal resultado apoya, una vez más, la
importancia que tiene la lucha contra la exclusión que
se produce en la escuela para prevenir todo tipo de
violencia, y en función de la cual puede explicarse la
eficacia de los programas que favorecen la integración
en grupos de compañeros constructivos para lograr la
desvinculación con los grupos violentos [Díaz-Aguado (dir.),
1996; Hritz y Gabow, 1997].
El
profesorado como víctima
Las
noticias que con cierta frecuencia aparecen en los
medios de comunicación nos alertan sobre algunos casos
en los que el profesorado, especialmente en secundaria,
llega a ser víctima de la violencia de sus alumnos. En
este sentido, ¿qué se encuentra en los estudios
científicos? En las escasas investigaciones realizadas,
se confirma la necesidad de incluirla en los estudios
sobre acoso (Terry, 1998) y de evaluarla desde una doble
dirección, que permita registrar tanto el maltrato que
pudiera existir desde el profesorado hacia el alumnado,
estudiado desde hace décadas con otra denominación
(tratamiento discriminatorio generalmente), como desde
el alumnado hacia el profesorado, problema que parece
estar creciendo en los últimos años, y en el que los
adolescentes reconocen estar participando con una
frecuencia cada vez mayor (Mendoza, 2005).
En la
investigación realizada por Terry (1998) con 101
profesores de siete centros de secundaria del norte de
Midlands (Reino Unido), se encuentra que el 9.9% afirma
haber sufrido bullying, o haber sido acosado por
parte de sus alumnos varias veces por semana. Así se
confirma la hipótesis según la cual los profesores
novatos sufren dicha situación con mayor frecuencia que
los que llevan tiempo. Sin embargo, no se confirma que
las mujeres la sufran más que los hombres. Respecto a si
conocen algún compañero que sufra el bullying de
sus alumnos, sólo el 9.9% dice no conocer a ninguno,
dato que conviene relacionar con el obtenido al
preguntar si conocen a algún profesor que dirija a sus
alumnos este tipo de comportamientos, a lo que el 51.4%
responde que conoce a uno, y el 22.7% que a tres o más.
Por tanto, parece que el deterioro de las relaciones en
la escuela hace que la experiencia de intimidación
llegue incluso a las relaciones entre profesores y
alumnos en ambas direcciones.
Violencia, género y sexismo
Uno de
los resultados más repetidos en los estudios sobre la
violencia es el de que los hombres la utilizan con mayor
frecuencia y de forma más grave que las mujeres (Rutter
y otros, 1998; Scrandroglio y otros, 2002), diferencia
que se manifiesta desde la infancia en cualquier
contexto, incluido el escolar (Olafsen y Viemero, 2000;
Olweus, 1993; Whitney y Smith, 1993), y que, como sucede
en otros contextos y edades, cabe relacionar con los
estereotipos masculinos tradicionales, en los que se
asocia el valor del hombre con el dominio, con el
control absoluto y con la violencia (Cowie, 2000;
Díaz-Aguado y Martínez Arias, 2001). Los análisis
realizados sobre la frecuencia con la que se sufren en
la escuela situaciones de víctimización en función del
género, encuentran resultados menos consistentes
(Olafsen y Viemero, 2000; Smith y Sharp, 1994).
Para
explicar la relación entre agresión y género, conviene
tener en cuenta que la principal condición de riesgo de
violencia no es el sexo como condición biológica, sino
la identificación con el dominio de los demás, asociado
al estereotipo masculino tradicional. Esta
identificación incrementa el riesgo de convertirse en
agresor de los compañeros tanto en los chicos, entre los
que suele ser más frecuente, como en las chicas (Young y
Sweeting, 2004).
Por otra
parte, en diversas investigaciones también se pone de
manifiesto la necesidad de considerar diferencias
cualitativas, puesto que, por ejemplo, la utilización de
la violencia por las mujeres suele ser mucho más
indirecta (Österman, 1998) y está influida por presiones
situacionales con mayor intensidad (Salmivalli y
otros,1998).
En
nuestro estudio (Díaz-Aguado, Martínez Arias y Martín
Seoane, 2004) se encuentra, así mismo, que los chicos
manifiestan en casi todos los indicadores evaluados un
riesgo superior de violencia y de intolerancia que las
chicas. La ausencia de diferencias de género en el ocio
puede ser interpretada como un indicador de la fuerte
presión grupal que suele existir en dicho contexto, que
podría obstaculizar los mecanismos de inhibición de la
violencia en las adolescentes, lo que refleja la
necesidad de orientar la superación del sexismo de forma
que favorezca una identificación con la totalidad de los
valores tradicionalmente asociados a lo femenino (la
empatía, la ternura) y a lo mascu-lino (la fuerza y el
poder), sin que nadie tenga que identificarse con los
problemas a los que dichos estereotipos conducían (como
la violencia).
Cambios sociales y riesgo de violencia escolar
Para
comprender la posible influencia que los actuales
cambios macrosociales de la denominada Revolución
Tecnológica pueden tener en esta situación, es preciso
considerar que reducen la eficacia de determinadas
condiciones que hasta hace poco protegían a la infancia
de la violencia adulta. Como se pone de manifiesto en
algunos de los casos de violencia protagonizados en los
últimos años por niños y adolescentes, que han sido
ampliamente divulgados por los medios de comunicación,
en los que se refleja que reproducen guiones
imposibles de inventar en dichas edades, y que disponen
de una información para ejercer la violencia a la
que hasta ahora en dichas edades no se tenía acceso,
vemos que estos cambios afectan de una forma muy
especial a los dos contextos educativos básicos
tradicionales, tal como se estructuraban desde la
Revolución Industrial:
-
La familia nuclear,
que
se aisló de la familia extensa, especializándose
en el cuidado de los/as hijos/as en torno a una
figura, la de la madre, aislada también de lo que
sucedía más allá del reducido mundo privado en el
que transcurría su vida.
-
La escuela tradicional,
que se extendió a sectores cada vez más amplios de
la población. Estuvo estructurada en torno a tres
principios que parecen ser insostenibles hoy: la
negación de la diversidad, cuya máxima expresión era
la orientación de la educación a un alumno medio que
nunca existió, y que excluía a quien no podía
adaptarse a dicha referencia antes de llegar a la
adolescencia; la obediencia incondicional al
profesorado; y el currículum oculto, en fun-ción del
cual se definían los papeles de profesor, de alumno,
de compañero, y algunas normas no explícitas de
respuesta a los conflictos, basadas en el dominio y
en la sumisión, que entraban en contradicción con
los valores que la escuela pretendía construir.
Para
prevenir la violencia escolar es preciso adaptar los dos
principales contextos educativos, la escuela y la
familia, a los actuales cambios sociales, estructurando
las relaciones y las actividades que en ella se producen
de forma que resulten más coherentes con los valores
democráticos que nuestra sociedad pretende transmitir.
Existe un consenso cada vez más generalizado sobre el
papel que la cooperación puede tener para conseguirlo,
así como sobre la necesidad de llevarla a cabo a los más
diversos niveles (Ahmed y Braithwaite, 2004; Conoley y
Goldstein, 2004; Gini, 2004; Johnson y Johnson, 1999;
Reinke y Herman, 2002).
Estudios sobre prevención de la violencia escolar
Las
investigaciones realizadas sobre programas de prevención
de la violencia escolar pueden agruparse en dos tipos:
las que se orientan específicamente contra el acoso
entre iguales, que siguen por lo común la metodología
iniciada por Olweus; y las que se plantean desde una
perspectiva más amplia como programas de prevención de
la violencia escolar o de la violencia en general,
basadas de forma habitual en el desarrollo de
habilidades sociales.
Los
análisis más recientes sobre la evaluación de los
programas contra el acoso reflejan un creciente consenso
en la necesidad de ampliar sus objetivos y sus
actividades más allá del tratamiento específico del
acoso entre iguales, para tratar de mejorar la calidad
de vida en la escuela favoreciendo la cooperación a
distintos niveles (Gini, 2004; Ortega, 2003).
La
cooperación y la construcción de la no-violencia como
componentes de la prevención
Los
programas de prevención de la violencia que evaluamos en
nuestro último estudio (Díaz-Aguado, 2004) giran
alrededor de dos componentes básicos, que cambian la
forma de definir las relaciones en las aulas: la
estructuración de las actividades educativas mediante la
cooperación en equipos heterogéneos, que puede llevarse
a cabo a través de cualquier materia; y el desarrollo de
una secuencia de 16 actividades en las que la
cooperación se aplica a contenidos relacionados con el
currículum de la no violencia, incluyendo problemas de
acoso entre iguales, pero no sólo eso.
El
aprendizaje cooperativo en equipos heterogéneos
El
enfoque sociohistórico de la psicología de la actividad
(Bruner, 1999; Newman, Griffin y Cole, 1989; Vygostky,
1978) representa el marco fundamental para explicar la
naturaleza de las innovaciones incluidas en nuestro
programa, así como su eficacia para adaptar la escuela a
las exigencias de la sociedad actual y a las
características de la adolescencia. Dichas actividades
suponen, respecto a los procedimientos tradicionales,
dos innovaciones básicas:
-
La agrupación de los alumnos en equipos heterogéneos
(en rendimiento, en nivel de
integración en el colectivo de la clase, en grupos
étnicos, en género, en riesgo de violencia....), que
ayuda a superar las segregaciones y las exclusiones
que de lo contrario se producen en la escuela, a
través de las cuales se perpetúan las que existen en
el resto de la sociedad, y en las que se priva a los
individuos de riesgo de las oportunidades necesarias
para prevenir la violencia. Esta característica
contribuye a luchar contra la exclusión, y a superar
la desigual distribución del protagonismo que suele
producirse en las aulas, que son el origen del
desapego que algunos alumnos sienten hacia ellas y
de muchas de las conductas de violencia.
-
Un significativo incremento del poder y de la
responsabilidad que se da a los alumnos
en su propio aprendizaje, sobre todo
en las actividades en las que se les pide que
desempeñen papeles adultos como expertos en diversas
áreas (medios de comunicación, prevención,
política...). Por ejemplo, elaborando la
Declaración de los Derechos Humanos, un decálogo
para erradicar la violencia escolar, o campañas de
prevención contra la violencia de género dirigidas a
adolescentes. Los resultados obtenidos han permitido
comprobar que ayudar a los y las jóvenes a
desempeñar el papel de expertos es muy eficaz.
Cuando, v. gr., hacen de expertos contra la
violencia, adquieren las habilidades formales que
dicha actividad supone, y se apropian al mismo
tiempo de sus objetivos: la justicia, la tolerancia
y el respeto mutuo.
Estas
actividades favorecen el aprendizaje significativo al
proporcionar un contexto social mucho más relevante que
el de las actividades escolares tradicionales, y suponen
la realización de tareas completas en las que se llega a
una producción final (Bruner, 1999). Así, al tratar al
adolescente como si fuera un profesional capaz de
prevenir la violencia, y al proporcionarle el apoyo y la
motivación necesarias, se favorece que pueda descubrir
el significado que esta tarea tiene para el experto que
habitualmente la realiza, y que llegue a identificarse
con dicho significado de forma mucho más eficaz que si
le pidiéramos que llevara a cabo, paso a paso, sus
distintos componentes al estilo de los ejercicios de los
tradicionales libros de texto: estudiar conceptos y
definiciones sobre violencia, comprender los caminos que
sigue un profesional de los medios de comunicación,
aplicarlos a una situación hipotética, realizar
individualmente los ejercicios que vienen escritos en el
Manual en función de unos determinados criterios... La
eficacia de las tareas completas compartidas ha sido
explicada desde la psicología de la actividad, en
función de su relevancia para activar la zona de
construcción del conocimiento y de potenciar así el
aprendizaje (Newman, Griffin y Cole, 1989).
El
currículum de la no-violencia
A lo
largo de investigaciones anteriores [Díaz-Aguado (dir.),
1996; 2003; Díaz-Aguado y Martínez Arias, 2001] hemos
venido desarrollando una serie de tareas sobre cómo
enseñar a construir los valores de igualdad, de respeto
a los derechos humanos, a la tolerancia, y el rechazo al
sexismo y a la violencia, que en el último trabajo
[Díaz-Aguado, (dir)., 2004] se completan con algunas
actividades dirigidas de manera específica contra el
acoso entre iguales en la escuela y en el ocio, a través
de una secuencia de 16 actividades básicas:
—
Activación de esquemas previos y de habilidades básicas
de comunicación a partir de un spot.
—
Discusión sobre distintos tipos de discriminación,
enfatizando la conexión con la vida cotidiana y con las
discriminaciones que se producen en la escuela.
-
La
construcción de los derechos humanos como base de la
convivencia.
—
Elaboración de una declaración sobre los derechos
humanos.
—
Comparación con la declaración elaborada en 1948.
—
Discusión sobre las violaciones de los derechos humanos
en la vida cotidiana.
-
Favoreciendo una representación general de la
violencia que ayude a combatirla.
—
Discusión sobre la naturaleza de la violencia, a partir
del vídeo Odio y destrucción.
—
Discusión sobre acoso y victimización.
-
Racismo y xenofobia como ampliación del bloque A.
—
Aprendiendo a detectar el racismo.
— Qué
mala memoria tenemos.
-
Sexismo y violencia de género.
—
Detección del sexismo y generación de alternativas.
—
Discusión sobre la violencia de género a partir del
vídeo Hogar, triste hogar.
—
Elaboración de un mensaje para prevenir o para detener
la violencia de género.
-
Violencia entre iguales en la escuela y en el ocio.
—
Detección de las distorsiones que contribuyen a la
violencia en general.
—
Detección de las distorsiones que contribuyen a la
violencia entre adolescentes.
—
Discusión sobre estrategias para prevenir o para detener
la violencia en el ocio.
—
Elaboración de un decálogo para erradicar la violencia
desde las relaciones que se establecen en la escuela.
-
Sesión de discusión final sobre la integración de
los temas tratados con anterioridad en la propia
identidad.
Evaluación de la eficacia del programa
El
programa descrito fue evaluado con 783 adolescentes de
centros educativos de la Comunidad de Madrid, comparando
los cambios producidos en el grupo experimental con los
del grupo de control, para lo cual se aplicaron, antes y
después de la intervención, los siguientes instrumentos:
El Cuestionario de Evaluación de la Violencia entre
iguales en la Escuela y en el Ocio; el
Cuestionario de Actitudes hacia la Diversidad y la
Violencia; y el Cuestionario sobre Estrategias de
Prevención de la Violencia en el Ocio. A partir de
ellos se comprobó una significativa eficacia del
programa para:
-
Reducir las situaciones de violencia en la escuela,
especialmente las más graves, tal como son
percibidas por las víctimas como por los agresores.
-
Prevenir las situaciones de violencia grave en el
ocio, tomando en cuenta cómo son percibidas por las
víctimas y por los agresores. En ese caso se ayuda a
modificar las expectativas pesimistas que el
profesorado tiene a veces sobre la imposibilidad de
prever, desde la escuela, formas de violencia que se
producen fuera de ella, y cuyas principales causas
suelen situarse más allá del sistema escolar.
-
Reducir las situaciones de exclusión en la escuela,
tal como son percibidas por las víctimas, que,
cuando no se interviene, tienden a incrementarse con
el tiempo.
-
Desarrollar una representación de la violencia que
se apoye en todo lo que pueda combatirla, y promover
la tolerancia ayudando a superar las creencias que
conducen a la violencia entre iguales, al sexismo y
a la violencia doméstica, al racismo y a la
xenofobia.
-
Incrementar la disponibilidad de estrategias de
prevención de la violencia en el ocio más positivas
y elaboradas, rechazando el empleo de la violencia
como forma de resolución de conflictos.
-
Mejorar la calidad de la relación con el aprendizaje
y con el profesorado, tal como es evaluada tanto por
el alumnado que participa en el programa como por
sus profesores. También se debe observar una
tendencia encaminada a mejorar el resto de las
relaciones y de los contextos sobre los que tratan
las actividades del programa: la clase, los amigos,
los compañeros, el instituto, el ocio.
Como
muestra de cómo ve el alumnado el cambio originado por
las innovaciones propuestas, incluimos a continuación
extractos de las entrevistas llevadas a cabo en uno de
los estudios-piloto realizados con anterioridad a la
comprobación experimental que ya describimos. Manuel,
Jorge y Jaime eran alumnos de un aula en la que, antes
de llevarse a cabo el programa, la convivencia había
llegado a deteriorarse de forma muy preocupante, tanto
entre los propios alumnos como entre éstos y sus
profesores; un aula compuesta en gran parte por
repetidores, y con un alto porcentaje de estudiantes
caracterizados por su conducta violenta.
Manuel
(antes de participar en el programa): «Me han echado de
clase muchas veces por enfrentarme a algunos profesores
[…]. Me faltan el respeto. Abusan de ser profesores.
Como el otro día, una profesora me dijo que la clase
estaba mejor sin mí, y yo le contesté que si estaba
mejor sin mí entonces también estaba mejor sin ella
[...]. Si me porto mal y hay unas normas, que me las
expliquen. Podrían intentar hablar conmigo, llevarme por
otro camino [...] son profesores. Ellos sabrán cómo,
pero no diciéndome esas cosas, porque me incitan a que
me ponga nervioso y empeore todo. Esta clase es
problemática. Todos lo dicen. Nos hemos juntado la
mayoría repetidores [...] este año he empezado mal y no
creo que tenga solución. ¿Si tú fueras director del
instituto, qué harías para resolver estas situaciones?
Cambiar el modo de dar la clase y echar al alumno o al
profesor. Porque a mí me expulsan, pero a ellos no».
Manuel
(después del programa, en el que participó de manera
intermitente debido a las expulsiones): «El ambiente de
clase ha mejorado. En grupos vamos mejor. Aprendemos
más, porque como hay personas que tienen más nivel,
sacan mejor nota, y, al final, todo se acaba pegando
[...]. Trabajar en clase es contagioso [...]. La
relación con los profesores ha mejorado [...]. Me parece
bien que se trate el tema de la violencia en clase,
porque tengo el carácter muy fuerte y me enfado mucho. Y
si me hacen algo...me pongo nervioso. Depende de con
quién me controlo o no [..] ya me he dado cuenta de que
me puedo perjudicar; me he dado cuenta de que aquí en el
instituto no sirve para nada. ¿Por qué te expulsaron?
Por acumulación de partes... no me echaron porque sí. Me
lo merezco. Me he dado cuenta de que por hacer el tonto
voy a tener que repetir».
Jorge
(después de participar en el programa): «El ambiente en
clase ha mejorado mucho. Al principio dábamos mucha
guerra. Hemos mejorado, nos hemos tranquilizado. Este
trimestre todo el mundo se da cuenta de que tiene que
aprobar el curso, que nos pasamos mucho con los
profesores [...]. Creo que el trabajo en grupos ha
influido. Nos conocemos mejor, nos ayudamos en los
deberes, prestamos más atención a la asignatura, las
clases se hacen más divertidas [...]. Aprendemos más
porque todas las dudas se resuelven entre los cuatro del
grupo; no tenemos que preguntar al profesor [...]. Las
clases antes eran muy aburridas y ahora son divertidas
[...]. En ética hablamos de problemas de la calle que
tenemos nosotros. De la violencia en la calle, de los
derechos humanos... a mi me sirve para mi vida. ¿Por
qué? Hablamos de lo que se debe hacer y no se debe
hacer, y luego, cuando se te presenta un problema en la
calle, lo solucionas de otra manera. Por ejemplo, si nos
pasa otra vez lo del bar (una situación de violencia
entre bandas descrita al principio de la entrevista y
vivida antes de tratar en clase el tema de la
violencia), pasamos y nos vamos aunque se rían; nos da
igual; si les plantas cara lo único que consigues es
pelearte y tener más problemas; es preferible que se
rían».
Jaime
(antes de participar en el programa): «¿Hay
situaciones de violencia en el instituto? Sí, más de
una pelea ya ha pasado, pero no de pandillas, cosas
aisladas. Es que este instituto es muy conflictivo. Este
barrio está dividido en distintas zonas y se llevan muy
mal entre ellas. Los conflictos se crean fuera del
instituto pero se resuelven aquí, porque, claro, aquí
nos juntamos todos, hay mucha diversidad ideológica.
Racistas y todo. ¿Qué hace el instituto para resolver
estos conflictos? El Instituto lo que hace es echar a
algunos alumnos y ya está. En esta clase han acumulado
lo peor, casi todos son repetidores y eso se nota, pero
las actitudes en clase son distintas según el profesor.
Hay profesores con los que no nos metemos».
Jaime
(después de participar en el programa): «El trabajo en
grupos va bastante mejor. Se hace más sencillo, porque
unos con otros nos podemos ayudar; en unas materias uno
sabe más y ayuda al resto, y en otras al revés… ¿Qué
te parece cómo se han formado los grupos? A ti te
gustaría ponerte con tus amigos, pero la verdad es que
están haciendo los grupos muy bien compensados y
funcionan; yo creo que ha mejorado el rendimiento del
grupo. ¿Todo el mundo trabaja? Sí, y si alguien
se ”escaquea” se le dice algo y ya está. ¿Quién se lo
dice? Los miembros del grupo. Dentro del grupo nos
ponemos de acuerdo, nos organizamos el trabajo [...]. La
relación con los profesores ha mejorado, y ahora
trabajamos más».
4.
Conclusiones sobre cómo prevenir la violencia desde las
relaciones que se establecen en la escuela
A partir
de lo analizado en este artículo se desprende que, para
prevenir la violencia desde las relaciones que se
establecen en la escuela, es preciso:
-
Adaptar la educación a los actuales cambios
sociales, desarrollando la colaboración a múltiples
niveles,
de
forma que sea posible afrontar los complejos retos
sociales que la educación vive hoy. Para
conseguirlo, hay que redefinir los papeles a partir
de los cuales se estructura la interacción
educativa, dando al alumnado un papel más activo en
su propia educación, permitiendo que el profesorado
incremente su autoridad, y poniendo en marcha nuevos
esquemas de colaboración entre la escuela y la
familia, así como con el resto de la sociedad. Estos
objetivos exigen promover nuevos contextos que
ayuden a la búsqueda conjunta de soluciones para una
meta compartida, como es la de mejorar la educación,
basados en el respeto mutuo entre los distintos
agentes educativos, porque si la escuela no está hoy
aislada de los problemas que se producen fuera de
ella, tampoco debería estarlo para las soluciones.
-
Mejorar la calidad del vínculo educativo y
desarrollar el empowerment.
Los
estudios sobre el origen de la violencia llevan a
destacar la falta de calidad del vínculo educativo
como una de sus principales causas. Para prevenirla
desde la escuela, es imprescindible que el
profesorado desarrolle su poder de referencia, así
como distribuir el protagonismo académico entre el
alumnado, incrementando con ello lo que suele
denominarse en distintos foros internacionales como
empowerment. La escuela debe promoverlo,
favoreciendo que cada alumno/a defina y desarrolle
sus propios proyectos escolares. Los procedimientos
educativos participativos, como el aprendizaje
cooperativo en grupos heterogéneos, son de gran
eficacia para conseguirlo. El fortalecimiento de las
personas encargadas de la educación, sobre todo del
profesorado, debe ser destacado también como una
condición básica para mejorarla.
-
Desarrollar alternativas a la violencia en los
contextos y en los individuos.
La
violencia puede ser utilizada para responder a
funciones psicosociales cuando se carece de
alternativas. Por eso, y para prevenirla, es preciso
desarrollarlas estableciendo contextos y
procedimientos alternativos en el sistema escolar
(como las asambleas de aula que pueden llevarse a
cabo en las tutorías) y en la familia, por medio de
los cuales y de forma normalizada (sin que nadie se
sienta amenazado en ellos) puedan expresarse las
tensiones y las discrepancias y resolverse los
conflictos sin recurrir a la violencia (a través de
la comunicación, la negociación, la me-diación...),
en donde las víctimas puedan encontrar la ayuda que
necesitan sin ser estigmatizadas por ello; y
promoviendo alternativas en todos los individuos
(alumnado, profesorado...) mediante habilidades que
permitan afrontar la tensión y resolver los
conflictos sin recurrir a la violencia.
-
Romper la conspiración de silencio sobre la
violencia escolar, e insertar su tratamiento en un
contexto normalizado orientado a mejorar la
convivencia.
Entre las condiciones que contribuyen a la violencia
escolar, destacan tres características de la escuela
tradicional: la justificación o la permisividad de
la violencia entre chicos, como forma de resolución
de conflictos entre iguales; el tratamiento habitual
que se da a la diversidad actuando como si no
existiera; y la falta de respuesta del profesorado
ante la violencia entre escolares, que deja a las
víctimas sin ayuda, y que suele ser interpretada por
los agresores como un apoyo implícito. Dicha falta
de respuesta está relacionada con la forma
tradicional de definir el papel del profesorado,
especialmente en secundaria, orientado de manera
casi exclusiva a impartir una determinada materia.
Y, como sugieren los propios profesores, podría
superarse si recibieran el apoyo y la formación
adecuados para afrontar el tipo de problemas que
conducen a la violencia desde una perspectiva de
ciudadanía democrática. En este ámbito hay que
situar el establecimiento de contextos normalizados
orientados a mejorar la convivencia, en los que las
víctimas puedan encontrar la ayuda que necesitan y
los agresores recibir una adecuada disciplina,
porque, de lo contrario, la impunidad de la
violencia contribuye a su incremento.
-
Enseñar a condenar toda forma de violencia,
favoreciendo una representación que ayude a
combatirla.
Conviene orientar el rechazo a la violencia desde
una perspectiva que incluya tanto su repudio de
forma general, con independencia de quién sea la
víctima y quién el agresor, como un tratamiento
específico de sus manifestaciones más frecuentes: la
violencia de género y la violencia entre iguales, ya
sea en la escuela, ya en el ocio. Las medidas
disciplinarias deben contribuir a lograr ese
objetivo, ayudando a generar cambios cognitivos,
emocionales y conductuales, que permitan que el
agresor se ponga en el lugar de la víctima, que se
arrepienta de haber empleado la violencia, y que
intente reparar el daño originado. La eficacia de
estos tres componentes mejora cuando se integran en
un mismo proceso.
-
Favorecer la identificación con el respeto a los
derechos humanos,
estimulando el desarrollo de la capacidad para
ponerse en el lugar del otro, motor básico de todo
el desarrollo socio-emocional, y que en sus niveles
más evolucionados se extiende a todos los seres
humanos, así como la comprensión de los derechos
universales y la capacidad de usar esa comprensión
en las propias decisiones morales, coordinando
dichos derechos con el deber de respetarlos. Al
incluir el rechazo a la violencia dentro de tal
perspectiva conceptualizándola como una grave
amenaza a los derechos humanos, se favorece su
comprensión como un problema que afecta a cualquier
individuo, puesto que pone en peligro el nivel de
justicia necesario para que se respeten también sus
derechos.
-
Incluir actividades específicamente dirigidas a
prevenir la victimización
dentro de los programas de prevención de la
violencia, enseñando a decir no en situaciones que
puedan implicar abuso; pedir ayuda cuando se
necesite; y estar preparado emocionalmente para no
sentirse culpable cuando se es víctima.
-
Prevenir la intolerancia y el sexismo.
Determinadas actitudes y creencias
existentes en nuestra sociedad hacia los papeles y
las relaciones en cuyo contexto se produce la
violencia ejercen una influencia decisiva en el
riesgo de ejercerla, como son las creencias
racistas, sexistas y xenófobas, la conceptualización
de la violencia entre iguales como una expresión de
valentía, o cualquier otra creencia que lleve a
rechazar a las personas que se perciben diferentes,
situación en la que todos/as podemos encontrarnos.
De ahí se deriva la necesidad de enseñar a detectar
y a corregir dichas actitudes, como un requisito
necesario para prevenir la violencia en todas sus
manifestaciones.
-
Educar en la ciudadanía democrática, mejorando la
coherencia entre los valores que se pretenden
enseñar y la práctica educativa.
Uno de los principales obstáculos que debe superar
hoy la educación es el que ha sido denominado
currículum oculto. El incremento de los
problemas de indisciplina descritos en los últimos
años, sobre todo por el profesorado de secundaria,
pone de manifiesto que el currículum oculto ha
perdido eficacia como forma de control, y que para
superar estas dificultades es necesario avanzar en
la construcción de la democracia desde la escuela,
una de las mejores herramientas para luchar contra
la violencia y la exclusión. Por todo ello, es
preciso incrementar la participación del alumnado en
la construcción y en la aplicación de las normas que
regulan la convivencia, y mejorar la eficacia
educativa de la disciplina.
-
Poner a disposición del profesorado los medios que
permitan adaptar la escuela a una situación nueva.
Para llevar a la práctica los principios expuestos,
es preciso desarrollar condiciones que permitan a
los profesores llevarlas a cabo. En tal sentido,
conviene tener en cuenta la necesidad de apoyarlos,
facilitando que adquieran las habilidades necesarias
para conseguirlo, y creando condiciones que
posibiliten la cooperación entre ellos sin caer en
la frecuente tendencia a sobrevalorar sus
posibilidades para desarrollar objetivos muy
complejos sin los medios necesarios, ni en la
tendencia contraria, infravalorando la capacidad de
unos profesionales para adquirir las habilidades
necesarias que permitan adaptar la educación a las
exigencias de la situación actual.
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