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03 de Abril de 2011 Compartir

Un casco que volvió de Malvinas

"una extensa historia que vale la pena leer..."

2 de Febrero del 2006,0610 hs, aeropuerto de Santiago de Chile. Allí comenzaba el viaje que había soñado toda mi vida, después de varios tramites burocráticos finalmente la Embajada de Gran Bretaña aprobó mi visa para viajar a Malvinas. Yo no tenia motivo aparente para realizar ese viaje según las autoridades británicas, pero tampoco había motivo justificable para negarme la visa. Pero eso no fue todo, no conformes con ponerme mil trabas para darme la visa luego me tocaría pasar por la discriminación mas descarada que habría podido imaginar en mi vida.

 

LAN CHILE, la única compañía aérea por la cual se puede llegar a Malvinas me cobraba 4 veces mas el valor del pasaje, solo por el hecho de ser argentina. Era mas que evidente que todo se complotaba para que desistiera de la idea de viajar, pero no lo iba a hacer de ninguna manera, yo tenia que viajar sí o sí. Así que pague lo que me pidieron y no tuvieron mas que darme mis pasajes. Esa noche dormí en el aeropuerto de Santiago hasta que se hiciera la hora de abordar el avión. Una vez a bordo y ya pasadas un par de horas, aterrizamos en Río Gallegos. Paradójicamente Argentina tiene el puente aéreo prohibido hacia las Islas, pero los Boeing de LAN no tienen un tanque de combustible lo suficientemente grande como para abastecer a la nave en todo el trayecto, por lo que obligatoriamente paran en Río Gallegos a cargar lo que les falta para poder seguir hacia Puerto Argentino, o Puerto Stanley, como actualmente lo llaman, aunque todos sepamos que su nombre siempre va a ser Puerto Argentino.

Cuando estábamos en Gallegos, la azafata se me acercó y me preguntó si era la pasajera argentina, le conteste afirmativamente presintiendo que tal vez me pusieran alguna traba mas para llegar al lugar, pero no, la asistente solo se limito a informarme que por cuestiones de seguridad la Embajada de Gran Bretaña dictaminó que no podría hospedarme en una hostería común sino que estaría bajo custodia británica y que la misma me estaría esperando en la zona de arribos del aeropuerto. Tal como me lo habían notificado había dos oficiales aguardando mi arribo, el Tte. de Paracaidistas Justin Libstone, oriundo de Berkshire (Inglaterra) y recién llegado a su puesto desde Afganistán, y el Tte. de los Royal Marines Mark Boghart. De inmediato cargaron mi equipaje en una van verde que utilizan en sus unidades y me llevaron al que seria mi gran hotel spa 5 estrellas... La base de los Royal Marines en Moody Brook, nada mas y nada menos que la emblemática base que tomáramos aquel 2 de abril de 1982... Las coincidencias empezaban a aparecer asombrosamente en mi historia.

EL PLAN DE VIAJE
Mi principal motivo para estar allí era rendir homenaje a mi gente, aquélla gente que nunca conocí y que tampoco me conoció ni supo de mi existencia y con la cual nada nos unía a simple vista, pero si nos hermanaban los colores de una misma bandera, el amor a una misma patria, la esperanza por un ideal, el dolor de una derrota y la paz del deber cumplido sin importar los resultados. Yo quería recorrer todos y cada uno de esos lugares donde los hombres de mi patria, tal como lo hicieran durante la gesta libertadora, combatieron con alma y vida por su tierra y por sus derechos, tal como en aquel entonces en total desigualdad de condiciones, contra un enemigo mayor en número, en experiencia, en adiestramiento, en tecnología y en armamento.

Y ahí estuvieron ellos, con lo poquito que tuvieran, con lo poco o mucho que supieran, dando todo de sí por todos los que en ese momento estábamos de este lado del continente, la mayoría indiferentes a la causa y por todos aquellos que estuvieran por venir, para que les sirviera de ejemplo, para que el pueblo aprendiera a valorar su patria sin importar si se ganaba o se perdía, lo importante de ese ejemplo era que aun sabiendo que se peleaba contra un gigante, Argentina se ponía de pie para defender lo que le correspondía, pero claro hoy eso no se tiene en cuenta, es preferible hablar de Malvinas como una masacre, el genocidio final de la terrorífica dictadura militar, esa historia contada a medias y sobrepasada de mentiras que todo un pueblo prefiere creer.

El primer día de mi viaje seria destinado a recorrer los montes Kent, Dos Hermanas, Tableton, Longdon y Tumbledown. Sin lugar a dudas los lugares mas ensangrentados por la gesta. En el monte Longdon yo debía cumplir una promesa que había hecho a los veteranos de guerra de mi ciudad, iba a llevar un par de rosarios a la cruz que estaba en la cima, pero en las mismas condiciones en las que hubieran estado ellos en el 82.
Después de una larga discusión con los oficiales británicos por no querer ponerme el equipo de Gore-tex provisto finalmente pude empezar a subir.

Eran12 Km, cuesta arriba, el viento superaba los 80 Km p/h, la temperatura –2°C y lloviznaba. La ropa mojada y el viento helado eran insoportables, era un dolor inimaginable. Llego un momento en que ya no podía moverme, tenia entumecido el cuerpo y ya no sentía las extremidades, pero aun así llegue a la cima y cumplí con lo prometido. Al bajar no puede hacer mas que unos cuantos metros, la hipotermia me superó y la fiebre había llegado a los 40°C, empecé a sentirme mareada y por ultimo me desmayé, por lo que el oficial Libstone tuvo que cargarme hasta la van para posteriormente trasladarme a la base. Una vez allí me hospitalizaron ahí mismo y me pusieron vaya Dios a saber que fármaco mágico en ese suero pero lo cierto es que a la hora estaba como nueva.

Al otro día, salimos hacia los campos minados de Fitz Roy, solo hay algunas zonas señalizadas, pero la mayoría no lo está, por lo que es una zona extremadamente peligrosa. Después de haber estado allí seguimos nuestro viaje hacia Goose Green, demás esta decir que todo el lugar parece una escena en pausa a la cual solo le falta la gente, nada en la islas se movió de su lugar, todo quedo intacto y si se movió, solo lo hizo el viento. Las imágenes son desgarradoras, cañones, esquirlas, hasta cartas y estampitas todo esta ahí como en un sueño latente. Pasando Goose Green nos encontramos con el camino que nos llevaba directo al cementerio de Darwin, a pocos metros un cartel blanco indica ARGENTINE CEMETERY, no puedo expresar con palabras la tristeza que causa el solo ver ese cartel.

Cuando llegamos al cementerio me encontré con la desagradable sorpresa de que un contingente de turistas chilenos estaba allí, sacándose fotos en las tumbas como si fueran un personaje de Disney, se me revolvió el estomago de solo verlos, inmediatamente le pedí a Libstone que por favor los hiciera retirarse del lugar cuando yo estuviera allí. El marine, como siempre, se opuso alegando que solo eran turistas y que tenían tanto derecho como yo de estar allí, a lo que me limite a contestar “Esto no es un shopping! Esos son MIS muertos!”

Listone interrumpió la discusión entre el marine y yo y acepto mi pedido procediendo a retirar al contingente del lugar, quienes se quedaron detrás del cerco observando todo. Volví a la van, busque mi mochila y de allí saque una bolsa llena de pins idénticos al de los veteranos de guerra, 649 pins, uno por cada cruz, uno por cada uno de ellos los cuales no tuvieron la oportunidad de volver para que se los condecorara, aquellos que habían dado su vida para que esa condecoración hoy tuviera sentido.

Nuevamente el marine irrumpió oponiéndose me quito la bolsa de las manos, me dijo que el reglamento prohibía los colores celeste y blanco sobre suelo isleño, a lo que sutilmente le respondí “intente cambiarle los colores al cielo Tte., y dígale a Dios que el reglamento no lo permite”, se enfureció de tal manera, me insulto con todos los agravios de su pobre vocabulario, pero otra vez, como siempre, salió Libstone en mi defensa, preguntó que sucedía; el le contó su versión de los hechos, yo solo me limite a apelar a su lógica pero por sobre todo a su corazón: -“Tte. sepa Ud. que conozco perfectamente el reglamento y que no es mi intención ponerlo en compromisos, pero con una mano en el corazón dígame ¿a quien ofendo colocando estos pins en las cruces? Ud. es un hombre de armas, lleva años peleando, y seguramente ha visto morir a muchos de sus camaradas. No es acaso mayor falta de respeto el no permitirle a un caído en combate, a alguien que ha dejado su alma peleando por su patria, tener consigo la bandera por la cual murió?

Se hizo un gran silencio. Libstone dudaba entre lo que debía hacer y lo que la realidad que yo cruelmente le había mostrado, finalmente asintió, y no solo eso, sino que fue él quien me ayudo a poner los pins en las cruces, una por una y ante la vista de todos.

Cuando terminamos, volví a la van y baje un grabador chico que tenían ellos en la base, había llevado un Cd de la fanfarria alto Perú, con el himno grabado. Fui directo hacia la cruz que preside el cementerio y puse a sus pies el grabador, y ahí comenzó a sonar, esa introducción majestuosa y hasta omnipotente de nuestro Himno Nacional, haciéndose oír con las mas hermosa supremacía, frente a todos, chilenos, británicos y cubriendo de gloria todas esas cruces blancas que hasta ese día solo habían sido acompañadas por la voz del viento y los acordes del silencio de la mas absoluta soledad del lugar. Ahí, solo ahí, preste verdadera atención a lo que nuestro Himno decía, cada una de sus palabras parecía justa para cada momento. La emoción me embargo por completo, el llanto casi ni me dejaba cantar, llegada la ultima estrofa, comprendí que justamente eso fue lo que nunca hicimos, comprender, si por un segundo nos detuviéramos a analizar esas palabras que tantas veces cantamos por inercia tendríamos la respuesta mas noble a la eterna y absurda pregunta popular: ¿Por que tuvimos que pelear en Malvinas? ¿Intereses
políticos? tal vez, ¿Demagogia militar? tal vez, pero la verdadera respuesta estaba ahí: -“ Sean eternos los laureles que supimos conseguir! Coronados de gloria vivamos... O juremos con gloria morir”, y claro que así fue, murieron con la mayor de las glorias, murieron por su patria, por su gente, por su bandera, pelearon y murieron en Malvinas por la sencilla razón de ser ARGENTINOS.

Libstone no podía creer lo que veía, de hecho, no lo podía entender, en su mentalidad estricta y su corazón cegado no cabia la idea de que alguien sin relación alguna con esas cruces pudiera llorar hasta el ahogo por esa causa. Se me acerco y con total frialdad intento consolarme diciéndome “Don´t cry it´s just war” -(no llores, es solo una guerra)- Lo mire anonadada, y le respondí: ”No es solo una guerra, son personas, como Ud. como yo, con un padre, una madre, una esposa y hasta tal vez hijos, hijos sin la oportunidad de tener a su padre, padres sin la oportunidad de volver a ver a sus hijos y ni siquiera poder tener una tumba donde llevar una flor.... eso es!”. Automáticamente bajo la vista, como avergonzado y no volvió a hablar.

Ya de vuelta en Puerto Argentino, le pedí que me llevara a una capillita a la cual asistían los veteranos durante la guerra para recibir la misa, la única capilla católica del lugar ya que en su mayoría son todos anglicanos. Libstone me llevo hasta allí. Una vez dentro vino a recibirnos el Padre William O´Connelly, un sacerdote católico de Irlanda del Sur, de unos 80 años, el mismo que había estado ofreciendo el santo sacramento en aquella
oportunidad durante el 82. Nos hizo pasar a la sacristía y nos ofreció el típico te ingles earl grey, pero Libstone no acepto y solo se limito a quedarse parado en la puerta observando y escuchando la conversación.

Advertí al Padre que conocía los reglamentos y que no era mi intención causarle problemas, pero que aun conociendo las prohibiciones había llevado conmigo una bandera de ceremonia argentina y que mi intención era ofrecer una misa por las almas de los caídos en combate argentinos y que la misma fuera bendecida durante la ceremonia, de este modo seria la única bandera nacional bendecida en suelo malvinense. El Padre acepto sin vacilar; por el contrario, manifestó estar orgulloso de poder hacerlo y que la bendición de Dios no se le niega a nadie, fuera cual fuera su nacionalidad. Durante la charla empezó a contar todo lo que había vivido en aquel entonces, la capilla era victima del continuo bombardeo británico, fue prácticamente destruida y se la utilizaba como hospital de campaña improvisado.

“Vi a hombres llorar como chicos y a chicos pelear como hombres, pero por sobre todas las cosas fui testigo de un valor admirable” comento. Libstone ajeno a la conversación, escuchaba con gran atención. Cuando salimos del lugar me sugirió la idea de invitar a la población de Puerto Argentino y lo único que atine a hacer fue a reírme, le dije que en la mentalidad del isleño los argentinos eran locos invasores y que nadie iba a querer ir, que era ridículo. Sin embargo insistió, por lo que termine aceptando su idea y lo deje a cargo pero sin ninguna esperanza de que eso funcionara.

Al otro día, después de haber recorrido la Gran Malvina y de haberme enterado que estaba bajo bandera chilena como premio por su gran apoyo a Inglaterra en la guerra, salimos de la base hacia Pto. Argentino para oficiar la misa, para mi total sorpresa la capilla estaba llena de gente y en su mayoría habían llevado ofrendas florales. No podía salir de mi asombro ni tampoco podía contener las lagrimas. Libstone se acerco y orgulloso de su logro me pregunto: -¿“No estas contenta? vino mucha gente” a lo que le respondí que obviamente estaba feliz por lo que veía, que nunca había pensado que los
isleños pudieran algún día llegar a asistir a un homenaje a caídos argentinos, pero que lo que me entristecía era que si eso mismo lo hubiera hecho en cualquier parte del país, la respuesta hubiera sido muy distinta”. Ahí el que no entendió nada fue él pero bueno eso era algo muy difícil de explicar.

La misa se llevo a cabo, la bandera fue bendecida mientras en el órgano se entonaba el “Salve Argentina” con las partituras que yo misma había llevado. Terminada la ceremonia, recibí las ofrendas florales y nos dispusimos a retirarnos a la base. Puse las flores en los brazos de Libstone y le dije que las guardara que al día siguiente las llevaríamos a San Carlos. Entonces me pregunto por que habríamos de llevarlas allá. Le dije que quería llevarlas al cementerio ingles; se quedo mirándome sin saber que decir y solo pregunto -“por que vas a llevarle flores a ellos?, mataron a tu gente”; “y mi gente los mato a ellos” le conteste, en una guerra se pierden vidas de ambos bandos, pero todos son personas comunes y corrientes, a veces sin saber siquiera la causa por la que se pelea, pero lo mas importante es que mas allá de cualquier bandera, creencia, religión, ideología política todos se merecen una flor o un padre nuestro”. No me dijo nada, se le llenaron los ojos de lagrimas y disimulando me dio un beso en la mano, como quien da las gracias.

Efectivamente al otro día fuimos a san Carlos a llevar las flores, cuando termine de colocarlas lo tome de la mano y le sonreí, él estaba como consternado; cuando lo iba a soltar, me volvió a sujetar la mano, me miro a los ojos y me dijo: -“En los 4 meses que llevo aquí nunca se me ocurrió siquiera pisar este lugar, y vos les trajiste flores”. -“Desde que llegaste, todo lo que creí que sabia a la perfección se me desmorono, me di cuenta de que no sabia nada... de la vida... no sabia nada. Hice de la guerra mi modo de vida, peleo desde que tenia 12 años, no conozco otra forma de vida que no sea esta, pero
nunca vi el lado humano de la guerra, para mi solo era un trabajo y para mi pueblo un nombre mas en una placa si algún día me llego a morir pero nada mas que eso. Nunca supe lo que es pelear por defender mi bandera, yo siempre fui el que atacó, recién con vos aprendí eso. Lo verdaderamente triste es que yo soy consiente de que nunca voy a tener a nadie que llore por mi de la forma en la que vos lo hiciste, ni mucho menos que haga todo lo que vos hiciste aun sin siquiera conocerme, ese es un privilegio que al parecer solo tienen ustedes. También me di cuenta de lo solitaria que es y va a seguir
siendo mi vida, porque yo se que de acá voy a ir directo a algún otro lugar a pelear y que clase de vida podría ofrecerle a una mujer o a mis futuros hijos, un padre ausente o en el peor de los casos un padre muerto, no, seria muy egoísta de mi parte tener una familia, yo elegí esto y debo afrontarlo solo”

Me dio tanta pena oír todo eso! Lo vi tan triste, a ese que creía tan profesional e insensible; pero si había algo bien claro era que ese viaje nos había servido a los dos para ver la vida de una forma muy distinta.

Al día siguiente Libstone me llevo el desayuno a la habitación, nos habíamos hecho muy buenos amigos. Ahí fue cuando me comunico que había pronostico de temporal para el otro día y que por la probabilidad de que se cerrara el aeropuerto y se me venciera la visa debí volver un día antes. Esa tarde fuimos a un lugar cercano al camino que unía el antiguo aeropuerto de Mount Pleasant con Puerto Argentino, allí estaban apostadas la mayoría de las unidades argentinas de infantería y artillería de defensa aérea, los pozos al igual que todo el resto del lugar estaban intactos, frente a esa imagen se encontraba el mar, con esas playas de arenas blancas, esas aguas transparentes y turquesas paradisiacas y pingüinos por doquier.

Al lado de uno de ellos, sobre un puentecito roto me senté a mirar el mar, era mi despedida del lugar, Libstone me observo algo triste, me pidió permiso para sentarse a mi lado y como queriendo levantarme el animo me comento: -“Cuando no estoy del todo bien, trato de recordar cosas bonitas o de aferrarme a algo muy mío, de esa manera se me pasa”. Le sonreí agradecida por su intento de alegrarme un poco y le respondí que por mas que el lugar fuera hermosísimo, a mi se me hacia muy difícil pensar en algo lindo en ese lugar y que no tenia nada mío para aferrarme allí” a lo que el tomo un puñado de turba con su mano, abrió la mía, puso la turba en mi mano y me hizo cerrarla diciéndome “Eso es tuyo, ¿o no es la razón por la que estas acá?”. No hicieron falta mas palabras, por fin estábamos hablando el mismo idioma.

Se hacia tarde, ya era hora de volver a armar el equipaje para regresar a Buenos Aires, así que emprendimos la vuelta a la base, pero de pronto, algo me detuvo, nunca supe bien que, pero algo me decía que debía hacer algo antes de irme. De los centenares de pozos que había en el camino solo me detuve frente a uno, era ese, no otro. Después de discutir con Libstone logre que me dejara entrar, buscaba entre el barro no sabia que, pero buscaba sin parar. Y lo encontré, encontré un casco todo embarrado y tras un trato con Libstone y su incondicional amabilidad, aun jugándose su carrera me permitió llevármelo a la base, por supuesto sin que nadie lo supiera, nos encerramos en el baño, lavamos el casco y en su interior, en el endocasco tenia grabado a cuchillo o vaya Dios a saber con que elemento punzante, el nombre del soldado al cual había pertenecido y durante 24 años había estado ahí abajo esperando a su dueño inútilmente. Llame a Buenos Aires. En el casco también figuraba el nombre de su unidad, me dijeron que figuraba en la lista de caídos en combate. El casco llego a Buenos Aires en abril del 2006 gracias a Libstone.

Ricardo Mario Gurrieri, murió a los 19 años de edad, un 25 de mayo al medio día, el día de la Patria, al ser alcanzado por una esquirla de una mina de 500 libras con espoleta a retardo. En sus cartas manifestaba estar orgulloso y feliz de estar allá, defendiendo su tierra, su bandera. La ultima carta la escribió una hora antes de morir, su post data decía: -“Mami no te preocupes por mi, yo voy a estar bien y te prometo que pase lo que pase algún día, de algún modo voy a volver”.

El casco hoy esta sobre su cama, en su casa, con su mama.

Ricardo Gurrieri padre, fue veterano de de la segunda guerra mundial bajo las ordenes de Rommel. Estuvo como prisionero de guerra en manos británicas, soporto todo tipo de torturas y 5 simulacros de fusilamiento. Cuando la guerra culmino vino a la Argentina, como tantos otros inmigrantes, en busca de un hogar en paz para poder formar su familia y nunca mas tener que pasar por el horror de la guerra. Paradójicamente el destino quiso que la guerra se llevara a su hijo menor, a manos del mismo enemigo que el burlara 43 años atrás. Escribió un libro contando su historia llamado “Del África a las Malvinas”. Construyo de su bolsillo el monumento a los caídos en Malvinas de la ciudad de Mar del Plata y una vez inaugurado falleció.

Tras  tres años de burocracia y perseverancia desde el día de mi vuelta de las islas, logre que  el gobierno volviera a subvencionar los viajes a Malvinas para los familiares de nuestros héroes, y que el gobierno autónomo de las islas otorgara un permiso especial para que en el año 2007 el rompehielos ARA Almirante Irizar  pudiera ingresar al territorio marítimo isleño para poder retirar de Puerto Argentino muchos  de los resabios de guerra que allí se encuentran, con el objeto de repatriarlos y que fueran expuestos en Buenos Aires, pero tal logro fue tomado con total y absoluta indiferencia por el Almirante Godoy, Jefe de Estado Mayor de la Armada, quien se negó a dar la orden al rompehielos para que se desviara a las islas Malvinas durante su vuelta de la campaña Antártica.

Hoy, ya cumplida mi misión de poder ayudar a los familiares de los caídos en la gesta para que pudieran viajar a visitar sus tumbas, solo me resta seguir difundiendo la verdad sobre nuestra historia, y que esta parte tan importante de nuestra historia contemporánea no siga siendo pisoteada por  ideologías erradas, que no solo no son constructivas para la nación sino que hacen de un acto netamente heroico y necesario un hecho aberrante, el cual en vez de inspirar orgullo solo inspira lastima y siembra rencores. Malvinas no fue una locura que se le ocurrió una noche a un loco borracho. Malvinas fue, es y será siempre una causa justa, la cual fue defendida de la manera mas extraordinaria y admirable; decir lo contrario es faltarle el respeto a las 649 almas que quedaron allí en pos de esa causa justa.

Un pueblo sin memoria está condenado a repetir su misma historia, y si esa memoria no está completa o esta tergiversada entonces ese pueblo solo va a generar herederos del odio, generación tras generación.

Autora desconocida

 

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Fuente: Cobertura Propia BonziWeb

 

 

   

 

 

 

La hermanita perdida
(Atahualpa Yupanqui - Ariel Ramírez)
 

De la mañana a la noche,
de la noche a la mañana,
en grandes olas azules
y encajes de espuma blanca,
te va llegando el saludo
permanente de la Patria.
 
Ay, hermanita perdida.
Hermanita, vuelve a casa.

Amarillentos papeles
te pintan con otra laya.
Pero son veinte millones
que te llamamos: hermana ...
Sobre las aguas australes
planean gaviotas blancas.
Dura piedra enternecida
por la sagrada esperanza.

Ay, hermanita perdida.
Hermanita, vuelve a casa.

Malvinas, tierra cautiva,
de un rubio tiempo pirata.
Patagonia te suspira.
Toda la Pampa te llama.
Seguirán las mil banderas
del mar, azules y blancas,
pero queremos ver una
sobre tus piedras, clavada.
Para llenarte de criollos.
Para curtirte la cara
hasta que logres el gesto
tradicional de la Patria.

Ay, hermanita perdida.
Hermanita, vuelve a casa.

La carta perdida 
Mañana del día veintidós, 
madre, hoy es tu cumpleaños. 
Chaco ¡qué lejos estoy! 
En mi carta les dejo mi amor. 
Todo es blanco y aquí a mi alrededor 
nos humillan con grandezas 
el Tano, el Polaco, el Andrés. 
Madre, cayeron los tres. 
Es de noche y los salgo a buscar, 
mil estrellas me quieren contar, 
hace frío y aquí en soledad 
hay mil almas que de guardia están. 
Y sos un poco de sol, 
toda nieve, toda viento. 
Sos un puerto argentino 
con bandera de otra nación. 
Es la carta que nunca llegó, 
escrita allá en Malvinas. 
Fue en abril del ochenta y dos 
de un soldado que nunca volvió. 

 

 

 

 

 

Aldo Bonzi, La Matanza, Provincia de Buenos Aires, Argentina © 2005 www.bonziweb.com.ar